Ya que estamos en este Febrero loco, de agua y viento, de mesa camilla y brasero, de tertulias familiares de sobre mesa y de días de cinturón prieto, creo conveniente traer a nuestras cocinas la humildad, y no hay nada más humilde gastronómicamente hablando que la sopa y más concretamente la de ajo. Si alguien sabe de su antigüedad, que estampille la fecha, pero que nadie deje de tomarla, pues de humilde y plebeya pitanza ha pasado –como casi toda la comida tradicional- a ser apreciada en mesas de buen ver.
El agua, la sal , el pan y el ajo son los ingredientes básicos para cualquiera de las muchas variantes que de esta sopa existen en el recetario nacional. Y digo nacional, porque en España, pobre ella, desde Aragón hasta Andalucía, pasando por Castilla y en cualquier monasterio, convento, posada o parada de postas se ofrecía al labriego, caminante, viajero o peregrino como mata hambres y remedio contra el frio. El olor a ajo no importaba…. Y aunque éste no gustaba a los franceses, los gabachos no tardaron en importarla y transformarla en su sopa de cebolla y queso. Tan suyos ellos!!
El oriundo malagueño, D. Enrique Mapelli López, en su libro “La Gastronomía en Verso”, recoge unas 0ctavas reales – normalmente destinadas a glosar hechos de carácter épico- del poeta Ventura de la Vega (Buenos Aires 1807-Madrid 1865) dedicados a la sabrosa sopa de ajos castellana.
Transcribo:
“Cuando el diario suculento plato,
base de toda mesa castellana,
gastar me veda el rígido mandato
de la Iglesia Católica Romana,
yo, fiel cristiano, que sumiso acato
cuanto de aquella potestad emana,
de las viandas animales huyo,
y con esta invención las sustituyo.
Ancho y profundo cuenco, fabricado
de barro (como yo) coloco al fuego,
de agua lo lleno; un pan despedazo
en menudos fragmentos, los echo luego;
con sal y pimentón despolvoreado,
de puro aceite tímido lo riego;
y del ajo español dos cachos mondo
y en la masa esponjada lo escondo.
Todo el calor del fuego hierve junto
Y en brevísimo rato se condensa,
mientras de aquel suavísimo conjunto
lanza una parte en gas la llama intensa;
parda corteza cuando está en su punto
se advierte en torno, y los sopones prensa;
y colocado el cuenco en una fuente
se sirve así para que esté caliente.”
Buen provecho.
Miklos
El agua, la sal , el pan y el ajo son los ingredientes básicos para cualquiera de las muchas variantes que de esta sopa existen en el recetario nacional. Y digo nacional, porque en España, pobre ella, desde Aragón hasta Andalucía, pasando por Castilla y en cualquier monasterio, convento, posada o parada de postas se ofrecía al labriego, caminante, viajero o peregrino como mata hambres y remedio contra el frio. El olor a ajo no importaba…. Y aunque éste no gustaba a los franceses, los gabachos no tardaron en importarla y transformarla en su sopa de cebolla y queso. Tan suyos ellos!!
El oriundo malagueño, D. Enrique Mapelli López, en su libro “La Gastronomía en Verso”, recoge unas 0ctavas reales – normalmente destinadas a glosar hechos de carácter épico- del poeta Ventura de la Vega (Buenos Aires 1807-Madrid 1865) dedicados a la sabrosa sopa de ajos castellana.
Transcribo:
“Cuando el diario suculento plato,
base de toda mesa castellana,
gastar me veda el rígido mandato
de la Iglesia Católica Romana,
yo, fiel cristiano, que sumiso acato
cuanto de aquella potestad emana,
de las viandas animales huyo,
y con esta invención las sustituyo.
Ancho y profundo cuenco, fabricado
de barro (como yo) coloco al fuego,
de agua lo lleno; un pan despedazo
en menudos fragmentos, los echo luego;
con sal y pimentón despolvoreado,
de puro aceite tímido lo riego;
y del ajo español dos cachos mondo
y en la masa esponjada lo escondo.
Todo el calor del fuego hierve junto
Y en brevísimo rato se condensa,
mientras de aquel suavísimo conjunto
lanza una parte en gas la llama intensa;
parda corteza cuando está en su punto
se advierte en torno, y los sopones prensa;
y colocado el cuenco en una fuente
se sirve así para que esté caliente.”
Buen provecho.
Miklos
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